(editada por Sexto Piso Editorial)
por Miryam Hache
¿De qué es tu
libro, mamá?, me pregunta el mediano.
Es una novela de
fantasmas.
¿Da miedo?
No, pero da un poco
de tristeza.
¿Por qué? ¿Porque
están muertos?
No, no están
muertos.
Entonces no son tan
fantasmas.
No, no son
fantasmas.
Una novela que es una
búsqueda de fantasmas, de vidas no muertas que dejan estelas de
palabras tras de sí. Al menos así podríamos definir a grandes
rasgos el fino hilo argumental que atraviesa esta novela-fragmento
que es Los ingrávidos, primera novela de la joven mexicana
Valeria Luiselli.
Tres tiempos y dos
voces tejen la historia: la voz de la narradora en su actualidad como
esposa y madre de dos niños, la voz devenida escritura sobre un
pasado reciente como traductora soltera y libre en Nueva York, donde
rozada por la cleptomanía y la mitomanía falsifica textos de
Gilberto Owen y piensa y evoca y vuelve a escribir sobre el fantasma
de ese poeta, con quien, cada tanto, se encuentra por los pasillos de
los subterráneos. Por otro lado oímos la voz del mismo Gilberto, un
Gilberto en sus tiempos finales y un Gilberto rememorando una edad
más vigorosa por las calles de la bohemia Nueva York de los veinte,
donde charlaba sobre poesía con García Lorca y, por cosas del azar,
tal vez asistía a un concierto de Duke Ellington.
Los que escribimos avanzamos en nuestra escritura hacia aquel centro móvil. Como hacia
un punto de infancia desde donde recomenzamos la historia. La
narración de un recuerdo nunca es exacta, está compuesta de puntos,
de fragmentos, de imágenes que se borran gradualmente y se degradan
o se vuelven otras -como la imagen de ese casi ciego que es Gilberto
Owen reconociendo su reflejo en el espejo del baño como una sombra.
Es él, y es ese reflejo, y es esa sombra-, está compuesta de
reescrituras, de imágenes solapadas y fundidas -como líneas de
tiempo que se cruzan-, de ficciones, es decir: de cachos de mentiras.
Las formas de la ficción se parecen tanto a la narración de un
recuerdo -o de una mentira a secas, de una invención- que la
narradora rastrea, busca, escribe o reescribe su propio pasado -quizá
en un intento de acercarse a ese centro móvil que no existe, al
punto de partida de una parte de su historia. Para reconocerse, para
encontrarse- y se nos sugiere que aquellos hechos que menciona pueden
ser ciertos o no pero que realmente no importa.
Y tal vez porque
narrarnos a nosotros solos no baste, tal vez porque formamos parte de
un tejido universal o de un tejido literario tanto más vasto que
nuestra sola escritura, donde nuestras palabras y párrafos y libros
forman parte de ese todo inabarcable y descentrado que es la
literatura, tal vez un poco por eso, la narradora busca en otra
historia más allá de la suya, la de Gilberto Owen, poeta mexicano
emigrado a New York quien a su vez toma apuntes para una posible
novela y busca algo más de su ser, reescribiendo resabios de un
pasado más ligero, con ojos que veían y no se reconocían a si
mismos en los cristales como sombras o huecos negros. Pero a Owen no
le basta con aquello que fue o pudo ser o recuerda, e inventa o
encuentra apariciones de otros escritores, vivos o muertos -aunque si
están vivos ya no estamos hablando de fantasmas, sino de
desdoblamientos, de multiplicaciones del ser- en el subterráneo
desde donde se miran las calles de la ciudad, como desde un posible
inframundo. Porque se trata de: una novela vertical, contada
horizontalmente. Una historia que se tiene que ver desde abajo, como
Manhattan desde el subway. Gilberto
Owen también escribe cartas a otros escritores, y la narradora
escribe y todos sus personajes escriben y se buscan a si mismos en
otros, lánguidamente. Dice: en el metro, camino a casa, vi
por ultima vez a Owen. Creo que me saludó con una mano. Pero ya no
me importaba, ya no sentí ningún entusiasmo. El fantasma, me
quedaba claro, era yo.
Esta búsqueda puede
recordarnos de alguna manera a la de los detectives salvajes de
Bolaño tras la pista de la desaparecida poeta Cesárea Tinajero, o a
otras tantas literaturas o a otras tantas historias de
latinoamericanos emigrantes que rastrean en la historia de las letras
de sus pueblos, algo de la propia voz perdida. O algo del origen. O
algo de aquello que fuimos en potencia y ya no. O a una posible
ramificación del ser hacia otros tiempos. O a una posible y futura
resucitación nuestra a través de la resucitación de los otros.
Una novela de
fantasmas no. Una búsqueda de fantasmas o de ingrávidos, que es
simplemente una excusa, un esqueleto sosteniendo al cuerpo de la
novela. La novela: un cúmulo de fragmentos, de escenas cotidianas,
de microhistorias, de objetos y detalles. Dice la narradora: Generar
una estructura llena de huecos para que siempre sea posible llegar a
la página, habitarla. Nunca meter más de la cuenta, nunca estofar,
nunca amueblar ni adornar. Abrir puertas, ventanas. Levantar muros y
tirarlos.
Una novela-fragmento
hecha de fragmentos, llena de belleza entre los huecos, entre los
puntos y las líneas, como una serie de líricas pinturas que
dialogan. Una novela compacta, porosa. Como el corazón de un
bebé. Una novela de muchas
posibles lecturas, una novela lúdica de personajes que se desdoblan
y saltan entre los silencios, los huecos entre los párrafos, para
encontrarse.
Pista:
¿Las flechas pueden atravesar el agua?, interrumpe el
mediano. La voz de los delfines es única, sigue leyendo mi marido,
como las huellas digitales. El mediano hace ruidos, como de flechas
atravesando un cuerpo de agua.
Pon atención, lo
regaña su papá. Ya casi acabamos.
Me quedo pensando
en la pregunta del mediano.
Mi marido sigue:
Mamá delfín escucha a su bebé, desde muy lejos. Nada por todo el
mar para buscarlo.
¿Lo encuentra?,
pregunta el mediano.
Sí, mira, acá en
la última página del libro se ve cómo lo encuentra.
El marido gradualmente
desaparece y permanece como evocación, recuerdo o fantasía. Al
igual que los otros: el marido habita otros tiempos. Está claro:
prácticamente todos los personajes viven sus desapariciones lentas,
su ingravidez. Se segmentan, se pluralizan. Pero creo que echamos en
falta saber un poquito más de los pesos o pasos de esos cuerpos por
el mundo. Antes de todas sus muertes. Nos quedamos, por ejemplo, sin
saber nada sobre aquello que lleva al desgaste y a la separación de
la pareja... En definitiva, si bien podemos pensar que los personajes
principales y ciertas líneas argumentales se podrían haber
desarrollado un poco más, la prosa madura de una joven Luiselli, una
prosa dueña de una justa belleza, nos inserta en una experiencia
estética sutil y cautivante que invita a seguir leyendo. Libro absolutamente recomendable.
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Valeria Luiselli comentando su libro:
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