de Miryam Hache
El verano era un montón
de habitaciones de hoteles
con aire acondicionado,
de dibujos animados en
otras lenguas.
Las otras estaciones
eran Buenos Aires.
Buenos Aires también
era la escuela,
un puñado de libros en
inglés,
la casa,
siempre
los padres
siempre.
La televisión en
castellano
y mis palabras en la
calle.
El tango en las radios
de los vigilantes.
El olor de la leña o
del carbón.
Mi odio hacia ese
incesante ruido futbolistico
de fondo
de domingo
de todos
de siempre
de padre.
Todas las panaderías,
las heladerías,
todos los parques,
las plazas
-el dinero no existía
o mis padres eran el
dinero-
Las numeraciones
altísimas de las avenidas.
La anchura del asfalto
y los empedrados que resisten.
Todas esas librerías.
El humo negro de los
colectivos.
La justicia del sol.
Los bustos de asesinos
y la historia nacional
muy mal contada.
Buenos Aires casi era
el mundo
y el resto de países
un viaje en taxi muy
largo,
luego Ezeiza, el avión,
la historia viva en los
edificios,
pedazos de monumentos
esculpidos en el oro,
los negros,
una maya entera
y tantísimo sol
pelándome
la piel de la nariz.
Buenos Aires era mis palabras en la
calle
yo,
yo era otra hace cuatro
poemas
y hoy mi ciudad
es
una fotografía de mi
misma
que varía con el
tiempo.
