viernes, 10 de abril de 2015

Mi calle

(del poemario inédito Las niñas que no saltan del tejado)

de Miryam Hache




Debo cruzar el puente
para llegar hasta.
Luego
la acera es una curva,
luego
un círculo de piedras y señales de tráfico.
Luego otra curva
y más allá
una calle torcida al cielo,
tan empinada
que las personas suben en escaleras mécanicas.

Hay quietud en el ascenso
lentitud hacia las casas de entre la bruma.

Vivo en la parte alta de Barcelona,
entre escaleras mecánicas
y atisbos de más alturas.
En barrios
construidos sobre montañas.

Se tapian las puertas y las ventanas de las casas deshabitadas
para que nadie entre
salvo las grietas y los bichos,
se tapia la hierba
en hileras inclinadas,
se embadurnan con una pasta que se endurece al viento.
Así
nuestras pisadas son más rígidas y firmes.
Así
es más dificil caer de un barranco asfaltado al mar
que desde una ruta sinuosa
llena de irregularidades y surcos,
de animales desconocidos y maleza sin cortes.

Formo parte
en internet
de un grupo de personas que comparten fotografías
de casonas que han visto,
de edficios abandonados por hombres
con árboles crecidos adentro.
Bastardos concebidos debajo del suelo
rompen los cristales y las lozas de los muertos.

Sus muros son grandes marcos
de una pintura en relieve total.

Otros habitantes
de barrios más altos
contemplarán
la cultura fracturada
abierta al cielo.
O a internet-azul-como-el-cielo.

Cómo no sentir la belleza de las piedras que sostienen el puente
de las grandes cúpulas de catedrales de siglos
de las paredes vernáculas raídas
de la música enrrollada a columnas y balcones
cómo no sentirla
más adentro de la piel,
si descubro que soy huérfana
de infancia y de ciudad,
que las grandes murallas son tan frágiles después.

En algunas de esas imágenes:
restos de vitrales pintados.
Cubertería de plata para la hiedra.
Ay mis líricos clichés
Yo
cruzo el puente
y escribo a través de mis manos
poemas vitrales colores
trizas de piedras
que serán
esparcidas
como las partes de mi cuerpo
como pedazos de edificios
corroídos
por todo ese tiempo sin gente.

Yo
escribo:
si no van a dejarnos entrar
al menos aireen, abran las ventanas,

dejen que los árboles revienten.