martes, 28 de abril de 2015

Ritual

de Carmen Tomás
Caminas acariciada por una brisa que te eriza la piel. El globo solar, un tanto desmesurado, cuelga del aire, invita a la alegría, te dejas llevar. Paseas, paseas en cueros refrescada por el ir y venir de olas pequeñitas como los granos de arena que resbalan juguetones entre los dedos de tus pies. Desde que puedes recordar, los momentos de paz han sido tan efímeros, este dura demasiado. Ahí está, no se ha hecho esperar, la amenaza ha tomado forma de toro bravo, sabes que embestirá, intentas correr, una repentina parálisis te lo impide, ha llegado la hora, lo anuncia hasta la tormenta recién aparecida. La bestia agacha la cabeza, con la pata delantera golpea la playa, tranquila, si no has despertado es porque aún queda esperanza, en efecto, ha venido alguien a salvarte, nada menos que un ángel o un arcángel, ves a saber, el caso es que un superhombre con bucles dorados se ha materializado para salvarte. El adonis no te mira, tampoco lo esperas, está claramente fuera de tu alcance, gracias a esa imagen consigues olvidar por completo al mastodonte, vuelve a lucir el sol, sus rayos son espejos donde los rizos del querubín se esponjan y brillan, no puedes quitar la vista de esos rizos. Tú héroe es un tipo serio, no está para tonterías, indiferente a su belleza, al placer que provoca, concentra la atención en librarte del toro, de la bestia, del mal, no puedes aplaudirle, ni llamarle guapo como quisieras, sigues paralizada. Del curioso taparrabos con que se cubre saca una espada, azul como el cielo, como el mar, como los ojos de tu madre, como el aire que se vuelve respirable, la empuña y sin titubeos le rebana la cabeza dejando un charco de sangre que bien pudiera ser negra. Esto ya no te gusta, sientes arcadas, pobre animal, tan hermoso, aunque no hubiese dudado en ensartarte no deja de ser su instinto de bestia poderosa. Ese cuello, esos cuernos, el ángel-arcángel se ha pasado pero esto es un sueño y él actúa por cuenta propia. Agarra la cabeza del toro, la desliza dejando un reguero de sangre, finalmente deposita la ofrenda a tus pies, recuperas la movilidad y te dispones por fin a besarle. Frena tus labios con sus manos de atleta, no ha terminado, se unta el cuerpo con el líquido rojo que no ha cesado de manar y te invita por señas, o es muy primitivo o no habla tu idioma, a que le imites. Ahora sí, no queda otra que despertar.