Apago
el emepetrés y lo guardo en mi cartera, en el bolsillo adentro del
bolsillo de adentro. Caminé
un largo rato por una explanada desierta para ahorrarme el euro con
treinta del colectivo y espero que nadie perciba mi sudor, la semi
aureola que se me arrima a las axilas, a la tela sintética de mi
camisa blanca —una de esas que elijo como automática para venir a
esta clase de lugares—. Los zapatos negros, los únicos que tengo
que parecen de oficina, la falda también negra ni tan corta ni tan
larga. Casi como si viniera a un velorio. Los botones hasta arriba.
Casi.
Me
anuncio, me siento. Solo caben dos escritorios, apenas unas cuatro o
cinco sillas vacías para los clientes. Por un lado hay una mujer de
rizos frente a una computadora, tecleando sin parar, ni por un
segundo despega la mirada del teclado. Por el otro, hay una mujer de
cabellera castaña, perfectamente lacia, vestida con camisa y corbata
y una falda similar a la mía. Sus pestañas postizas son excesivas,
su mascarilla también.
Le
dice a la anciana:
—Tenemos
que bajarlo todavía
más Mari, entiende que a ese precio no te lo va a comprar nadie. Hay
pisos con más metros y más cerca de la Benavidez que están más
baratos. Por el lugar en el que está y por los años que tiene, si
lo quieres vender ahora, hay que bajarlo un poquillo más.
—Pero
es que ya lo he bajao. Ya le he bajao cuarenta mil euros, no puedo
seguir bajándolo,
entiéndeme.
La
anciana no lleva maquillaje ni tinte en el pelo.
—Pues
hay que ajustarse un poquillo más
Mari, lo siento, pero si lo bajas a cuarenta mil es muy posible que
lo vendas pronto. Si no ya sabes. Lo siento, yo solo estoy intentando
ayudarte.
—¿Cuarenta
mil? Pero eso apenas me alcanza para terminar de pagar la hipoteca.
La
anciana envuelve la correa del bolsito con las palmas de sus manos,
la aprieta.
—Es
que de otra manera no te lo va a comprar nadie. Si lo quieres vender
ahora, tienes que bajarlo más.
Te lo digo yo que estoy aquí metida tor día, tienes que bajarlo más
Mari, si no no lo vas a vender.
Suena
el teléfono. La mujer de rizos lo atiende sin levantar la vista del
teclado —estará reflexionando sobre la posición de las teclas—,
gira roboticamente la cabeza, me encuentra, sus ojos son verdes.
Dice: Marlene, ven.
De
pie frente a mi debe llevarme casi tres cabezas. Lleva un traje azul.
Tiene los ojos enormes y medio salidos para afuera. Es negro. Si me
diera un golpe mínimo
me mataría en dos segundos. Puede ser —por qué no— un asesino
en potencia, y no deja de mirarme fijo a los ojos, como todo buen
entrevistador, como todo buen jefe.
A
pesar de hablar el español
con mucha naturalidad, hay sonidos que no puede pronunciar bien. Eso
lo desacredita, me hace verlo más inofensivo y manso. Eso y sus
grandes labios salivados que lo asemejan a un idiota. Me pregunta
sobre mi experiencia laboral, bla bla, mis estudios, bla bla. No le
tengo miedo, él no es nadie, le hablo confiada y le miento rígida
sin dejar de mirarlo fijo a los ojos. Su traje azul. Sus ojos negros.
Agarra una hoja de papel y me dibuja un gráfico. Así es la
historia: en España el mercado inmobiliario tuvo un boom, un
crecimiento, una subida exponencial, y luego cayó. El mercado es
cíclico, o más que cíclico, es una línea de montañas ascendentes
y descendentes que se suceden interminablemente. Y esta es la lógica:
ahora estamos aquí. Me señala el pico de una de las montañas
sumergidas. Más abajo de esto no hay nada. Tú puedes entrar a
trabajar aquí ahora, no te pedimos experiencia ni formación, te
enseñamos todo lo que tienes que saber sobre el mercado inmobiliario
absolutamente gratis. Asesoría de imagen, asuntos legales y
burocráticos, técnicas de venta, etc. Cuando el mercado ascienda —y
me señala el gráfico, el punto instalado en el pico más bajo
desplazándose hacia arriba bajo la punta de su bolígrafo— tú
subirás con el, y ganarás mucho dinero. ¿Quieres ganar mucho
dinero? Bueno, ahora hablemos de números. Cobrarías solo
comisiones, yo no pago fijo. Te llevarías un 20% de comisión por
los alquileres y un 10% por las ventas. Si cumples un mínimo de 3
alquileres por semana yo te pago 300 euros más al mes. Si además
cumples un mínimo de dos ventas al mes te pago otros 300. Luego hay
un bono semanal por buen desempeño. Ahí yo te daría un sobre con X
dinero.
Edward
Norton en el Club de la Lucha cagándose
a piñas a si mismo para cobrar un sueldo vitalicio sin tener que
trabajar. En el despacho del jefe. Echándose de espaldas contra la
estantería, clavándose cristales y sangrando a borbotones por la
nariz. Sale triunfante por el pasillo, magullado de pies a cabeza
escoltado por dos agentes de policía.
Entonces,
calculamos, si hicieras por ejemplo 3 alquileres por semana de 400
euros, te llevarías
960 euros al mes, más los 300 euros, 1260, sin contar ninguna venta
y ningún bono. Tu sueldo podría oscilar entre los 1200 y los 2000
euros mensuales. ¿Te interesa? Entonces te veo el lunes aquí a las
nueve de la mañana.
Lunes
nueve de la mañana:
el jefe no está. La mujer de ojos verdes y rizos caoba me pide que
espere a Ricardo, un compañero que entró aquí a trabajar hace dos
semanas y hará la ruta conmigo y me explicará todo lo que tengo que
saber. Hoy está más simpática, me dice que tranquila, que lo que
no sepa lo iré aprendiendo poquito a poco.
Ricardo
me saluda con un apretón de manos, me cede el paso al salir de la
oficina. Empezamos el recorrido. Primero hay que ir a dejar flyers
en los cristales de los coches. Se hace así,
me dice Ricardo, levantas un poco el parabrisas, lo metes y plaf, un
segundo. Ricardo es italiano, debajo de su traje debe haber más agua
de la que me eché hoy en la cara, de la que usé para enjuagarme la
boca. Aunque dice que tiene treinta y pico, ya está bastante calvo.
Y gordo. Caminamos. Subimos y bajamos cuestas. El paisaje,
exceptuando unos cuantos árboles, es árido y terroso. Entre baldíos
y monoblocks y casas mata. Las casas mata son casas bajitas, no sé
si las llaman así en toda España o solo aquí. Me es difícil, en
este paraje, ver reflejado en físico el ideal de casa que tengo en
mi cabeza. No hay casonas, no hay phs, ni siquiera casitas humildes
pero bonitas. Hay estas casas mata de mierda, con ancianos en los
portales y sillas para sentarse a esperar la muerte y hablar de la
verdura. Ricardo me explica cómo es la cosa. Las primeras semanas no
te permiten gestionar ventas ni alquileres, porque consideran que aún
no estás lo suficientemente bien formado. Nuestro trabajo consiste
en caminar de nueve a dos y media y de cuatro y media a nueve por
todo el barrio buscando números de pisos en alquiler o en venta,
apuntarlo en esta planilla, me dice, ves, así, aquí especificas la
zona, si está anunciado por otra inmobiliaria o no, el número y el
resto de la información que tengas, metros cuadrados, habitaciones,
etc. Luego le daremos la planilla a Lucía y ella se encargará de
llamar. El curro nosstá mal, me comenta, lo que tiene de malo sque
no te pagan fijo, pero nadie tesstá controlando ni vigilando, puedes
caminar por donde quiera o detenerte a fumar un cigarro o a tomar un
café. ¿Quieress tomar un café? Yo invito, dice con orgullo
palmeándose de soslayo el pecho. Bueno, le digo, venga, gracias.
¿Hay algún bar por aquí cerca?
Cuando
era niña
quería ser mujer, que me crecieran las tetas rápido, ser alta,
rápido. Quería ser actriz de Hollywood, quería ser la más linda
de todas. Hoy el Hollywood más recalcitrante me da arcadas. No seguí
creciendo, me quedé en el 1,65 y la belleza es algo tan subjetivo.
Me
gustaría
que el tiempo se detuviera, poder cumplir todas mis metas antes de
los treinta y después sí, que corra nomás, que fluya.
Mis
párpados caen, podría decir que hasta me duelen.
Levantarse temprano no es lo mío. Para nada. Da igual que Paz o
Laura me digan siempre que lo que debería hacer es acostumbrarme,
que sufro tanto el levantarme temprano porque no estoy acostumbrada.
No es así, yo soy nocturna. Y adicta al café. Eso no se lo digo. Se
limpia con una servilleta el sudor en su frente. Yo apenas disimulo
cómo me aireo las axilas separando los brazos del cuerpo,
abanicandome con las manos cuando él se gira. No le digo que me
tomaría tres cafés, que uno solo no bastará para despertarme. Que
solo puedo tomarme el que pague él porque no traje ni un duro. A mi
nadie puede decirme nada, mentiende, me dice, a mi nadie messtá
pagando, yo voy a comissione, yo puedo tomarme un café cuando me de
la gana, si no qué ssentido tiene. Tiene razón, pero la verdad es
que con el sueño que tengo me da igual lo que me cuenta, que si
antes fue camarero diez años, que ese sí que ess un trabajo de
mierda porque terminass reventao de andar de aquí para alla tol día,
no, no, camarero nunca más, a no ser que de verdad no me salga otra
cossa, mentiende, si no no, ni loco. Y niega con la mano en alto. El
es de Nápoli. En Nápoli la gente no se resspeta, aquí en Esspaña
e mucho mejor la cossa. Trabajó en cruceros también. Pero e duro,
se gana bien, pero star en altamar tanto tiempo no e bueno. Yo ahora
tengo muje, mentiende.
Seguimos
la ronda. Caminamos bajo el sol, entre viejos y carritos de la
compra. El me convida cigarrillos, yo lo escucho, me muero de sueño.
Cerca de las dos de la tarde empezamos a caminar de regreso a la
inmobiliaria. Las plantas de mis pies ya no pueden.
De pronto suena su celular, es Lucía,
de la inmobiliaria. Le pregunta si ha parado a tomarse un café. Él
se apresura a contestar que tiene derecho, que por qué no va a poder
tomarse un café. Pero Lucía le dice que no es eso, que llamaron del
bar para avisarle que alguien de la inmmobiliaria se había tomado un
café en el bar Las Flores y se había ido sin pagar. Le habían
visto el uniforme. Ricardo se lleva la palma abierta de la mano a la
frente. Ya missmo voy pallá, se excusa, se me olvidó completamente,
ya voy para allá.
Lo
acompaño.
Se le nota que dice la verdad, que está avergonzado. Huelo a sudor,
cada vez más. El también. De camino al bar, le hablo un poco de mí.
Le digo que ya no sé qué hacer, quizá trabajar unos meses en un
crucero pueda ser una buena solución y una buena experiencia. Podría
escribir sobre eso después. O volverme a Argentina, no sé. No le
digo que no quiero trabajar. Que me gustaría no tener que trabajar
nunca. Mira, hay que tene paciencia, me dice, mi muje es russa, vive
en Marbella, y está trabajando dessto también hace casi do messe,
do, y todavía no cobró nada. Pero hay que tener paciencia, me
repite, sto despué va a dar sus frutos. Nosotro stamo en el pico más
bajo pero cuando la curva del mercado suba, nosotro vamo a star
arriba. Hay que tener paciencia, me augura. Mira, yo cuando ahorre
algo de passta, quiero comprarme una casa, porque el momento pa
comprar es ahora, una como esas, una casa mata. Eso quiero.