miércoles, 6 de mayo de 2015

Capítulo 11 de "Quema" (novela inédita)

de Miryam Hache






Apago el emepetrés y lo guardo en mi cartera, en el bolsillo adentro del bolsillo de adentro. Caminé un largo rato por una explanada desierta para ahorrarme el euro con treinta del colectivo y espero que nadie perciba mi sudor, la semi aureola que se me arrima a las axilas, a la tela sintética de mi camisa blanca —una de esas que elijo como automática para venir a esta clase de lugares—. Los zapatos negros, los únicos que tengo que parecen de oficina, la falda también negra ni tan corta ni tan larga. Casi como si viniera a un velorio. Los botones hasta arriba. Casi.
Me anuncio, me siento. Solo caben dos escritorios, apenas unas cuatro o cinco sillas vacías para los clientes. Por un lado hay una mujer de rizos frente a una computadora, tecleando sin parar, ni por un segundo despega la mirada del teclado. Por el otro, hay una mujer de cabellera castaña, perfectamente lacia, vestida con camisa y corbata y una falda similar a la mía. Sus pestañas postizas son excesivas, su mascarilla también.
Le dice a la anciana:
Tenemos que bajarlo todavía más Mari, entiende que a ese precio no te lo va a comprar nadie. Hay pisos con más metros y más cerca de la Benavidez que están más baratos. Por el lugar en el que está y por los años que tiene, si lo quieres vender ahora, hay que bajarlo un poquillo más.
Pero es que ya lo he bajao. Ya le he bajao cuarenta mil euros, no puedo seguir bajándolo, entiéndeme.
La anciana no lleva maquillaje ni tinte en el pelo.
Pues hay que ajustarse un poquillo más Mari, lo siento, pero si lo bajas a cuarenta mil es muy posible que lo vendas pronto. Si no ya sabes. Lo siento, yo solo estoy intentando ayudarte.
¿Cuarenta mil? Pero eso apenas me alcanza para terminar de pagar la hipoteca.
La anciana envuelve la correa del bolsito con las palmas de sus manos, la aprieta.
Es que de otra manera no te lo va a comprar nadie. Si lo quieres vender ahora, tienes que bajarlo más. Te lo digo yo que estoy aquí metida tor día, tienes que bajarlo más Mari, si no no lo vas a vender.

Suena el teléfono. La mujer de rizos lo atiende sin levantar la vista del teclado —estará reflexionando sobre la posición de las teclas—, gira roboticamente la cabeza, me encuentra, sus ojos son verdes. Dice: Marlene, ven.

De pie frente a mi debe llevarme casi tres cabezas. Lleva un traje azul. Tiene los ojos enormes y medio salidos para afuera. Es negro. Si me diera un golpe mínimo me mataría en dos segundos. Puede ser —por qué no— un asesino en potencia, y no deja de mirarme fijo a los ojos, como todo buen entrevistador, como todo buen jefe.
A pesar de hablar el español con mucha naturalidad, hay sonidos que no puede pronunciar bien. Eso lo desacredita, me hace verlo más inofensivo y manso. Eso y sus grandes labios salivados que lo asemejan a un idiota. Me pregunta sobre mi experiencia laboral, bla bla, mis estudios, bla bla. No le tengo miedo, él no es nadie, le hablo confiada y le miento rígida sin dejar de mirarlo fijo a los ojos. Su traje azul. Sus ojos negros. Agarra una hoja de papel y me dibuja un gráfico. Así es la historia: en España el mercado inmobiliario tuvo un boom, un crecimiento, una subida exponencial, y luego cayó. El mercado es cíclico, o más que cíclico, es una línea de montañas ascendentes y descendentes que se suceden interminablemente. Y esta es la lógica: ahora estamos aquí. Me señala el pico de una de las montañas sumergidas. Más abajo de esto no hay nada. Tú puedes entrar a trabajar aquí ahora, no te pedimos experiencia ni formación, te enseñamos todo lo que tienes que saber sobre el mercado inmobiliario absolutamente gratis. Asesoría de imagen, asuntos legales y burocráticos, técnicas de venta, etc. Cuando el mercado ascienda —y me señala el gráfico, el punto instalado en el pico más bajo desplazándose hacia arriba bajo la punta de su bolígrafo— tú subirás con el, y ganarás mucho dinero. ¿Quieres ganar mucho dinero? Bueno, ahora hablemos de números. Cobrarías solo comisiones, yo no pago fijo. Te llevarías un 20% de comisión por los alquileres y un 10% por las ventas. Si cumples un mínimo de 3 alquileres por semana yo te pago 300 euros más al mes. Si además cumples un mínimo de dos ventas al mes te pago otros 300. Luego hay un bono semanal por buen desempeño. Ahí yo te daría un sobre con X dinero.
Edward Norton en el Club de la Lucha cagándose a piñas a si mismo para cobrar un sueldo vitalicio sin tener que trabajar. En el despacho del jefe. Echándose de espaldas contra la estantería, clavándose cristales y sangrando a borbotones por la nariz. Sale triunfante por el pasillo, magullado de pies a cabeza escoltado por dos agentes de policía.
Entonces, calculamos, si hicieras por ejemplo 3 alquileres por semana de 400 euros, te llevarías 960 euros al mes, más los 300 euros, 1260, sin contar ninguna venta y ningún bono. Tu sueldo podría oscilar entre los 1200 y los 2000 euros mensuales. ¿Te interesa? Entonces te veo el lunes aquí a las nueve de la mañana.
Lunes nueve de la mañana: el jefe no está. La mujer de ojos verdes y rizos caoba me pide que espere a Ricardo, un compañero que entró aquí a trabajar hace dos semanas y hará la ruta conmigo y me explicará todo lo que tengo que saber. Hoy está más simpática, me dice que tranquila, que lo que no sepa lo iré aprendiendo poquito a poco.
Ricardo me saluda con un apretón de manos, me cede el paso al salir de la oficina. Empezamos el recorrido. Primero hay que ir a dejar flyers en los cristales de los coches. Se hace así, me dice Ricardo, levantas un poco el parabrisas, lo metes y plaf, un segundo. Ricardo es italiano, debajo de su traje debe haber más agua de la que me eché hoy en la cara, de la que usé para enjuagarme la boca. Aunque dice que tiene treinta y pico, ya está bastante calvo. Y gordo. Caminamos. Subimos y bajamos cuestas. El paisaje, exceptuando unos cuantos árboles, es árido y terroso. Entre baldíos y monoblocks y casas mata. Las casas mata son casas bajitas, no sé si las llaman así en toda España o solo aquí. Me es difícil, en este paraje, ver reflejado en físico el ideal de casa que tengo en mi cabeza. No hay casonas, no hay phs, ni siquiera casitas humildes pero bonitas. Hay estas casas mata de mierda, con ancianos en los portales y sillas para sentarse a esperar la muerte y hablar de la verdura. Ricardo me explica cómo es la cosa. Las primeras semanas no te permiten gestionar ventas ni alquileres, porque consideran que aún no estás lo suficientemente bien formado. Nuestro trabajo consiste en caminar de nueve a dos y media y de cuatro y media a nueve por todo el barrio buscando números de pisos en alquiler o en venta, apuntarlo en esta planilla, me dice, ves, así, aquí especificas la zona, si está anunciado por otra inmobiliaria o no, el número y el resto de la información que tengas, metros cuadrados, habitaciones, etc. Luego le daremos la planilla a Lucía y ella se encargará de llamar. El curro nosstá mal, me comenta, lo que tiene de malo sque no te pagan fijo, pero nadie tesstá controlando ni vigilando, puedes caminar por donde quiera o detenerte a fumar un cigarro o a tomar un café. ¿Quieress tomar un café? Yo invito, dice con orgullo palmeándose de soslayo el pecho. Bueno, le digo, venga, gracias. ¿Hay algún bar por aquí cerca?

Cuando era niña quería ser mujer, que me crecieran las tetas rápido, ser alta, rápido. Quería ser actriz de Hollywood, quería ser la más linda de todas. Hoy el Hollywood más recalcitrante me da arcadas. No seguí creciendo, me quedé en el 1,65 y la belleza es algo tan subjetivo.
Me gustaría que el tiempo se detuviera, poder cumplir todas mis metas antes de los treinta y después sí, que corra nomás, que fluya.

        Mis párpados caen, podría decir que hasta me duelen. Levantarse temprano no es lo mío. Para nada. Da igual que Paz o Laura me digan siempre que lo que debería hacer es acostumbrarme, que sufro tanto el levantarme temprano porque no estoy acostumbrada. No es así, yo soy nocturna. Y adicta al café. Eso no se lo digo. Se limpia con una servilleta el sudor en su frente. Yo apenas disimulo cómo me aireo las axilas separando los brazos del cuerpo, abanicandome con las manos cuando él se gira. No le digo que me tomaría tres cafés, que uno solo no bastará para despertarme. Que solo puedo tomarme el que pague él porque no traje ni un duro. A mi nadie puede decirme nada, mentiende, me dice, a mi nadie messtá pagando, yo voy a comissione, yo puedo tomarme un café cuando me de la gana, si no qué ssentido tiene. Tiene razón, pero la verdad es que con el sueño que tengo me da igual lo que me cuenta, que si antes fue camarero diez años, que ese sí que ess un trabajo de mierda porque terminass reventao de andar de aquí para alla tol día, no, no, camarero nunca más, a no ser que de verdad no me salga otra cossa, mentiende, si no no, ni loco. Y niega con la mano en alto. El es de Nápoli. En Nápoli la gente no se resspeta, aquí en Esspaña e mucho mejor la cossa. Trabajó en cruceros también. Pero e duro, se gana bien, pero star en altamar tanto tiempo no e bueno. Yo ahora tengo muje, mentiende.
Seguimos la ronda. Caminamos bajo el sol, entre viejos y carritos de la compra. El me convida cigarrillos, yo lo escucho, me muero de sueño. Cerca de las dos de la tarde empezamos a caminar de regreso a la inmobiliaria. Las plantas de mis pies ya no pueden. De pronto suena su celular, es Lucía, de la inmobiliaria. Le pregunta si ha parado a tomarse un café. Él se apresura a contestar que tiene derecho, que por qué no va a poder tomarse un café. Pero Lucía le dice que no es eso, que llamaron del bar para avisarle que alguien de la inmmobiliaria se había tomado un café en el bar Las Flores y se había ido sin pagar. Le habían visto el uniforme. Ricardo se lleva la palma abierta de la mano a la frente. Ya missmo voy pallá, se excusa, se me olvidó completamente, ya voy para allá.

Lo acompaño. Se le nota que dice la verdad, que está avergonzado. Huelo a sudor, cada vez más. El también. De camino al bar, le hablo un poco de mí. Le digo que ya no sé qué hacer, quizá trabajar unos meses en un crucero pueda ser una buena solución y una buena experiencia. Podría escribir sobre eso después. O volverme a Argentina, no sé. No le digo que no quiero trabajar. Que me gustaría no tener que trabajar nunca. Mira, hay que tene paciencia, me dice, mi muje es russa, vive en Marbella, y está trabajando dessto también hace casi do messe, do, y todavía no cobró nada. Pero hay que tener paciencia, me repite, sto despué va a dar sus frutos. Nosotro stamo en el pico más bajo pero cuando la curva del mercado suba, nosotro vamo a star arriba. Hay que tener paciencia, me augura. Mira, yo cuando ahorre algo de passta, quiero comprarme una casa, porque el momento pa comprar es ahora, una como esas, una casa mata. Eso quiero.